domingo, 3 de abril de 2011

Luciano Castañón, Gijón y el deporte EL ESCRITOR QUE HABLO DE LA MALATERÍA EN RUEDES

Luciano Castañón, Gijón y el deporte

JOSÉ LUIS CAMPAL FERNÁNDEZ



Veinte años se cumplen ya desde que a la cultura asturiana le falta una figura fundamental: Luciano Castañón Fernández. Aquella mañana invernal del lunes 5 de enero de 1987 no falleció sólo uno de los mayores eruditos que en el último siglo dio nuestra región, el alma y capitán de proyectos decisivos como la Gran Enciclopedia Asturiana, de la que fue codirector, o la Enciclopedia Temática de Asturias, de cuyos siete primeros tomos fue coordinador; no se fue sólo aquel que, a los ojos de los demás, reunía en su persona los más curiosos y profundos saberes acerca de todo lo relacionado con Asturias y lo asturiano. No perdimos sólo al experto en artes plásticas que parecía abarcarlo todo y hacerlo sin lagunas, o al experto bibliógrafo que, ficha a ficha, iba rellenando huecos y supliendo carencias. Aquel 5 de enero de hace dos décadas se esfumó un divulgador incansable del periodismo ilustrado y de la crítica literaria, desapareció un novelista, un poeta y un dramaturgo, y el futbolista que no pudo ser, que no cuajó en los terrenos de juego, también hizo mutis.
De Castañón dijo Jesús Evaristo Casariego que era «el prototipo de antipedante, que rehuía el aplauso y los honores para realizar una obra auténticamente efectiva». Y sobre su humanidad, Antonio Gala expresó abiertamente que Castañón «fue un hombre en el más noble y esperanzador sentido de esa palabra». Para añadir un retrato más a los muchos que se pudieran rastrear, he aquí el fotomatón que, el mismo día de su muerte, compuso el escritor avilesino Daniel Arbesú: «Siempre fue un hombre serio, formal (...), cariñoso siempre con sus amigos y modélico padre de familia». El propio Luciano Castañón nos dio, a la altura de 1964, una radiografía de sí mismo más que significativa. Escuchémosle: «Dada mi sencillez, me abruma lo profuso y lo confuso. Como buen asturiano, me siento liberal. Tengo hambre de vida. Odio la subordinación. Me engaña fácilmente la gente pícara; siento una soterrada y permanente angustia».
Bajo el nombre de Chano, desarrolló sus pinitos balompédicos en dos clubes modestos de la categoría regional: el Ezcurdino, que no estaba federado, y el Olimpia Sport, filial del Sporting, formación a la que daría luego el salto y en cuyas filas militó durante cinco temporadas, de 1944 a 1949. El Sporting no lo olvidó y el domingo siguiente a su muerte, en el encuentro ante el Murcia, sus jugadores llevaron brazalete negro en señal de duelo. Con el equipo gijonés Chano actuó como delantero interior en la posición izquierda del campo, un ariete que, al decir de quienes le conocieron vistiendo la camisola rojiblanca, remataba el balón con acierto y se manejaba entre los contrarios con agilidad y deportividad, de forma que si el juego se volvía arisco en el cuerpo a cuerpo, Chano decía: «¿Vinimos a jugar al fútbol o a matanos?».

Debutó en El Molinón el 12 de noviembre de 1944 ante el Granada CF, con victoria por 3-1 de los locales, siendo de Castañón uno de los tantos. En las dos campañas siguientes, de 1949 a 1951, Chano vestirá los colores del Real Avilés, y de 1951 a 1953 ficha por el Cádiz CF.

En tierras andaluzas se retira y regresa a su ciudad natal, donde logra plaza estable como funcionario en el futuro Insalud (entonces Instituto Nacional de Previsión), al tiempo que inicia una copiosa actividad intelectual de la que no se apeará hasta el último día de su existencia.
El ejercicio físico que profesionalmente le había procurado el terreno de juego lo suplirá el montañismo, que Castañón aprovechará para su rastreo del rico e ingente refranero conservado en la memoria de los lugareños de las zonas rurales: «Las excursiones de montaña durante los años 50, 60 y 70 fueron fundamentales para sus trabajos etnográficos», ha escrito su hijo José María Castañón Loché, porque gracias a ellas «indagaba entre los pastores en busca de dichos, cantares o refranes que más tarde pasarían a engrosar [sus] libros». Pienso que Gijón, que tuvo el acierto de conceder en mayo de 1990 su nombre a una calle tras habérselo solicitado más de cuatro mil particulares y entidades de distinto signo, le debe a Luciano Castañón la edición de sus Obras Completas, puesto que, en el conjunto de las mismas, no fueron pocas ni circunstanciales las temáticas gijonesas, como evidencia la «Bibliografía de Gijón», que editó su Ayuntamiento en 1976, o la guía que sobre la ciudad le encargó la editorial Everest y que apareció en 1980.
Escribió Castañón sobre múltiples asuntos gijoneses: desde olvidadas revistas surrealistas de los años 20 del siglo XX como «Verba» o de personalidades como Rosario de Acuña, Piñole o Ceán Bermúdez hasta del Ateneo Obrero de La Pedrera, de los motes y apodos de Gijón, del gremio de marineros, de la leprosería que existió en la parroquia de Ruedes o del particular vocabulario empleado por los gijoneses.
Y fiel a su sportinguismo, fue el pregonero, el 5 de agosto de 1980, en el campo de El Molinón, de los actos conmemorativos del 75.º aniversario de la creación del club de fútbol.

José Luis Campal es miembro del RIDEA e impartió el pasado martes una conferencia sobre Luciano Castañón en el Ateneo Jovellanos.

FUENTE:HEMEROTECA INE.ES

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